Descripción
El final de la dinastía Ming está marcado por las revueltas, hambrunas y caos generalizado. En esta situación, Nurhaci, un líder manchú, feudatario de los Ming, e incluso con título nobiliario concedido por ellos, empezó a reclamar tributo y a atacar posiciones Ming en el norte del país. En 1636, su hijo Hong Taiji se hizo coronar emperador y fundó la nueva dinastía Qing.
Simultaneamente, la dinastía Ming intentaba sobrevivir a las múltiples revueltas, una de las cuales, la encabezada por Li Zicheng, conquistó la capital Beijing, inaugurando la breve dinastía Shun. El general Ming Wu Sangui, se alió con los Qing, y juntos derrotaron a Li Zicheng en la battalla del paso de Sanhui. Así la nueva dinastía se asentaba en el poder, aunque tardarian decadas en terminar con los reductos Ming del sur del país.
Hong Taiji sentó las bases de un nuevo regimen, fortaleciendo a los Han, y tomando la mayor parte de organización y educación de los Ming.
Las tensiones que acabarían con la dinastía, se desataron con la intervención extranjera. Toda la evolución del s.XIX, con las guerras del opio a la cabeza, y la derrota en la guerra sino-japonesa de 1895, causaron un hondo malestar en grandes sectores de la población, que a través de sociedades secretas, iniciaron una guerra contra los extranjeros, y en particular contra los cristianos. Esto se transformó en una rebelión (boxer), que culminó con la invasión de las potencias extranjeras y la firma de un tratado muy desigual con fuertes indemnizaciones.
La dinastía intentó crear reformas fiscales y de toda índole para soportar el golpe, pero muchos reformistas la vieron incapaz de avanzar, lo que desembocaría en las revueltas de 1911, y el establecimiento del a República de China.
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